miércoles, 29 de diciembre de 2010

Amigo secreto en la oficina

Regresando del trabajo a altas horas de la noche, un sujeto de regordeta figura y camisa a rayas subió a la combi en la que yo intentaba conciliar el sueño, dándome golpes contra la ventana. El tipo, que hablaba por Nextel, le dijo a su interlocutora "..y la amiga secreta que me tocó es Emilia Drago (conocida no por jugar amigo secreto, sino por ser modelo, según tengo entendido), le regalaré un polito bacán"

Este suceso me impulsó a postear (textualmente) una lista que realicé en mi trabajo, con la esperanza que sirva de inspiración en la compra de mi regalo. Fechas como Navidad son propicias para el juego de "Amigo Secreto". y así lo entendieron en mi centro laboral. Copio, textual, mi postulado.

"La siguiente no es una lista de pedidos, es un enumeramiento de posibilidades con el cual la persona que con mala fortuna sacó mi nombre en un papelito pueda guiarse de mis gustos y/o deseos.

El regalito de mi amigo secreto (amiga en este caso, totalmente dirigido) puede ser lo que esta persona guste. Si es algo elegido de la lista no habrá pierde. Mejor aún si se combina alguno de estos ítems o si desde ahí nace alguna idea. Por ello la siguiente rima: con que sea original será genial.
Sin más, la susodicha lista que servirá para marcar un parámetro:

- audífonos. Los de mi MP4 se malograron y ya no tienen remedio. Deambulo por calles sin música. Super básico.
- correa divertida. Hay de esas en Arenales, presumo. De esas con insignias de Thundercats o Batman, cosas así. Nunca he usado así que estoy perdido en el tema, pero me gana la curiosidad de tenerla como prenda 2011.
- polo (talla L, jamás M). Aquí unas especificaciones por si alguien se decanta por la idea: de heladero de D'Onofrio, objeto que jamás logré conseguir. O uno mandado a hacer, tipo reo bajo el número 43971450 (DNI pe). Un gorrito de la misma marca heladera no estaría mal.
- pasadores, si es posible de todos los colores. Se encuentran en Polvos Azules a parecio de un sol o en puestitos en plena calle.
- condones. Tenía que ponerlo.
- la película "Megamente", pero la versión Blu-Ray. No son caras, en Polvos Azules se encuentran sin mayor dificultad.
- libro "Habla Jugador" de Julio Hevia. Me parece que es de Editorial Taurus y del año 2008. Costaría un sencillo más que los 40 soles de topo. Yo pagaría la diferencia, obviamente.
- un sobre con plata en vez de comprarme algo. Quizás algo simbólico o comestible más el monto restante.
- un patalón, de esos medios hippies que parecen pijamas. Quizás plomo o algo así. No sabría mi talla.... mido 1,75 masomenos y esos lompas se ajustan al usuario así que no debería ser tan complicado dar con una talla adecuada.
- perfume. Quiero oler rico.
- billetera, que no sea de esas Billabong o playeras. Una de dibujos (si, tengo regresiones) o divertida.

Buena suerte. Estoy seguro de que me gustará."

jueves, 16 de diciembre de 2010

PRIMER ENAMORADO

Imagino la escena. Después de un aburrido lonche, con la tele prendida sabe Dios en qué canal, papá se dispone a ver cosas del trabajo en el computador, quizás marcar en rojo las deudas en cuadritos de Excel. Jugar solitario, intentando vencer el reto de las cartas mientras escucha algo de música bajada ilegalmente, como el resto del planeta. Su hija interrumpe la rutina. Fue enviada por un guiño de mamá quien, sabiendo lo que se venía, se puso a cruzar los dedos de los pies.

Laura no lo mira fijamente: su atención está en el monitor de la computadora, al igual que la de su papá. Finalmente se anima a balbucear, como forzada a contar un secreto. Su primer novio es dos años mayor que ella y el próximo año estudiará en la universidad la carrera de derecho, aboga Laura como si fuera la excusa de un crimen o la explicación de un jalado en conducta.

Su papá no pregunta mayor cosa y sigue jugando solitario. Dos de corazones y a punto de ganar. Su concentración, sin embargo, no está en los planos naipes que manipula a diestra y siniestra con el mouse. Su conciencia vislumbra sus años mozos cuando él mismo fue el villano de esa novela llamada "Papá, tengo mi primer enamorado". Piensa en el karma y en sicarios extranjeros, de trabajo silencio y apellidos impronunciables.

Confía en su hija. La adora y ahora, es oficial, otro hombre que no sea familia la adora también. Un sentimiento incómodo nace en él. Como si se tratase del aroma que emana la piel bronceada de un surfer, atlético pero vago, o las carcajas de un bufón de clase, de sentimientos nobles y afán por los videojuegos en vez de los libros. Sonríe. Esta vez podrá estar en la vereda del frente, la del suegro con un baúl lo suficientemente grande como para colocar el frígido cuerpo de un adolescente.

Pasarán los meses y, quien sabe, compartirá almuerzos con el susodicho y será testigo de cómo toma a su hija de la mano por debajo de la mesa, de cómo le dice "gracias" y "por favor" a los mozos y contará las veces que invita, sin chistar, su vaso de chicha a Laura. Ya acostumbrado a esos trotes quizás se tome algún pisquito con él en alguna reunión entre los primos y los tíos; rajarán del mal humor y poca paciencia de la chica -que ahora comparten- todos los domingos de fútbol y de cómo el arroz no le sale tan rico como el de la suegra.

Así pues, el rompecabezas del primer enamorado encajará. Laura es feliz y su papá también. Esta etapa, de esas que hay que quemar a fuego lento y controlado, con extinguidor al alcance de la mano, va saliendo lo mejor posible. Eso hasta la próxima conversación: "Papá, ya tuve mi primera vez".

viernes, 5 de febrero de 2010

LA PLAYA, A LO LEJOS.

No soy playero. Si mis brazos o rostro están algo rojos -o bronceados- es porque la pichanga del domingo fue a espacio abierto y me quemó la desprotegida piel. Siempre he preferido la comodidad del sillón de mi casa, la protección de un techo, la limpieza de mi piso parquet., en vez de intentar acomodar el trasero en duros montículos de arena, ser hostigado por el gringo más famoso de mundo o cortarme los descalzos pies con alguna sigilosa navaja de afeitar, escondida con recelo para hacer daño a los visitantes playeros.

No anhelo esas incómodas sensaciones en la entrepierna, aquellas que solo desaparecen luego de un extenso y meticuloso baño casero. Tampoco me emocionan tremendamente esos desfiles de bikinis, cuerpos amateurs bajo el sol. Total, el Internet todo lo encuentra y el photoshop todo lo puede.

No soy playero ni quiero serlo. Aunque me divierto cuando voy a la playa, prefiero acurrucarme bajo la sombra citadina, el servicio higiénico decente y la no exhibición de mis rollos, a quienes prefiero debajo del polo, escondidos en el anonimato. Encima, el mar, ese amiguito que encanta a todos, me ahuyenta de lugar. Mucho frío para mi. Mejor una ducha con agua tibia.

Sin embargo, es el mar lo mejor de este lugar que no suelo visitar. El océano, tendido en todo nuestro horizonte como un manto celeste y verde, prolongado hacia el infinito de nuestra imaginación, nos hunde en lo más profundo del pensamiento. Nuestras dudas o certezas, preguntas o respuestas, todas ahogadas por sus olas. Hay algo en el mar, quizá la brisa que de él se desprende. Quizá sea su olor a madrugada eterna.

No me gusta ir a la playa, pero sí disfruto de caminar por un malecón, balcón marítimo, mirador del horizonte, testigo de las almas diarias que posan sus ojos en el océano, buscando explicaciones, respuestas o tan sólo sintiendo al mundo respirarle en las mejillas, oler otros continentes, tomar aire para volver a empezar.

¡Qué mejor manera de empezar el día! Vestido con camisa y pantalón, lejos de la arena y aún sin sofocante sol. Detienes tus pasos. Y así, con los zapatos negros paralizados, y a medio lustrar, y con un olorcillo a marihuana que dejó la noche anterior, alcanzas con la mirada el mar en toda su extensión. Las olas nacen y mueren, van y vienen como las horas en un día o los años en tu vida. No me gusta ir a la playa, pero como me encanta verla de lejitos. Sobretodo, admirar al mar, buscando algo que no se si tendré o si ya perdí.

jueves, 4 de febrero de 2010

UN DORMILON



Jamás fui un dormilón, o eso creí. Mientras mi vecino, despeinado y con los ojos entrecerrados, hacía su aparición por las afueras de su hogar por las calles ya pobladas de pisadas apuradas y el sol apoderándose de lo más alto del cielo, yo regresaba de algún entrenamiento matutino de baloncesto, en aquel verano de vacaciones escolares que se vislumbra ya lejano.

Los años han desfilado, no en vano. Y mientras tiempo atrás no faltaba a ningún desayuno (religioso él, a las 7:30 de la mañana), hace varios meses ya que no despierto antes de las 10. Siempre fui un respetuoso del sueño, pero no de la flojera que te impide fijar una alarma y levantar el esqueleto y alma por los pasillos de tu casa, devorar un pan y luego, si gustas, enterrar nuevamente la cabeza entre las sábanas y almohada.

La vagancia no desaparece, el ocio desfavorece. Llega un momento tal en el que la camisa y corbata serán los compañeros de toda rutina matutina. Cuando los gallos canten y el agua baile; perfumados e idiotizados, en un paradero donde se unen el aburrimiento y el crecimiento, en la calle del madurar, veremos cuánto de ese despertar podremos aguantar.

Las resacas no son de vinos y cervezas, sino de una noche de esas con videojuegos y perezas, cereales con yogurt sabor a fresas. El reloj invita al sueño para poder madrugar, despertar sin cesar, sin olvidar que hay que ganar. Y cuando no necesites la alarma para poderte levantar, trabajar sin nada que ganar, vivirás tranquilo en la calle del madurar.

Ando ya, medio dormido y con los ojos tan cerrados que no sé qué hora es. Si salió el sol o si son ya las diez.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Niños: pantalones arrugados, camisas sucias


De niño eres menos conciente sobre la limpieza de tu uniforme escolar. Mamá plancha el pantalón -quizás la noche anterior, quizás esa misma mañana de colegio- con desgano, sabiendo que es su tarea que te veas presentable para la miss Carmen y la Directora. Es lunes y no quiere que haya arruga alguna que perjudique tu imagen. Lo mismo con la camisa, blanca como en el mejor comercial de detergente.

Primer recreo, tus amigos se juntan debajo de una de las escaleras que desembocan en el patio. Hoy no tienes ganas de jugar fútbol, en tu equipo nadie marca ni se esfuerza y así se hace aburrido. Hoy, aburrida de los chismes o pasear del brazo de tu mejor amiga, te quedas con tus drugas cerca del salón. Niños y niñas se reúnen con sus respectivos grupos. Sentados, forman un círculo de juego perfecto. La bola de jax rebota en el pasillo frente al salón. Los niños, algo más serios, lanzan monedas unas contra otras. Son las primeras apuestas, con taps de 10 centavos o incluso 50.

Todo un recreo, los niños destruyen esa imagen engominada que tanto esfuerzo le costó a la madre. Sudor y risas, alegría y falta de verguenza. Los pantalones terminan sucios y arrugados; las trencitas desechas, los cabellos se rebelan; las camisas ya no huelen a colonia, sino al trajín del receso; pasadores desatados, zapatos y sucios, habrá que limpiarlos en la noche.
Los chicos van creciendo. Sus cuerpos y mentes van cambiando, madurando. Las chicas se vuelven más atractivas, ya no quieres repelerlas, sino encontrar esa pizca de perfume que las atraiga en la reunión del sábado en la casa de tu amiguito. Los chicos siguen siendo una raza incomprensiblemente torpe, e igual de incomprensible es ese calor que antes no existía y que ahora te perturba el estómago cuando bailas con el chico con el que te friegan tus amigas. La pichanguita en la pista, esquivando carros y con piedras como postes improvisdos -goles por debajo de la rodilla- se cambió por la batalla campal que te juegas en una cancha de losa, contra rivales de barba que te patean sin cesar -ni antonio...broma tonta de blogger aburrido-. Tus mejores amigas son ahora unas simples vecinas de carpeta, ya no tienes con ellas mucho en común y no hay razón para parar juntas como antes. Tus papás te gritan cada vez más, a la par que pasas menos tiempo haciendo tus tareas -probablemente no te gustan las matemáticas, pero ya te has dado cuenta que tu esfuerzo en los estudios es inversamente proporcional al griterío en casa- la cuenta de teléfono aumenta, así como tu edad. Aprendes a bailar, te miras más al espejo, tu colección de juguetes está guardada y sin uso, en fin, estás creciendo.

Los niños van extinguiendo sus almas. Casi desaparecidas, deambulan como un recuerdo de lo que fue. Historias de décadas pasadas. Las arrugas en el rostro senil que sonríe, añorando los mejores momento de su vida que ha pasado frente a sus nostálgicos ojos. Pantalones arrugados, camisas sucias. La vida, ese gigante patio de juegos, pareciera sólo ser usado por niños, los más inteligentes del mundo en darse cuenta del parque de diversiones que es la experiencia huamana. Los niños van desapareciendo, muriendo dentro nuestro o, si se quiere para mayor exactitud romática, están durmiendo dentro de nuestros corazones. Pero la niñez seguirá siempre, corriendo por la vida, formando el rompecabezas de nuestra historia, como aquel hermoso cliché: "los años maravillosos". Siempre habrá camisas sucias y pantalones arrugados.

lunes, 14 de septiembre de 2009

ASIENTO PARA DOS


Ya sea para viajar -automóvil- o detenerse en alguna área de descanso -como un parque, por ejemplo- el ser humano ha interpretado su existencia como una vida llena de acompañantes, o al menos, el deseo de tener uno. Si, es más fácil para el orden viajero colocar una hileras de tres asientos en los aviones, o "asientos dobles" en los buses. Si bien estos espacios para viajeros suelen proporcionar encuentros no planedos con algún acompañante, obligando así a los usuarios a compartir el mismo espacio, los asientos proporcionan una intimidad, silenciosa o no, que los empuja a relacionarse.

Cosa de Niños
Muy pequeños, en el limbo que supone viajar en la movilidad escolar y las charlas de sexo finalizando la primaria, declaramos con fingida sinceridad que ninguna compañerita de clase nos gusta, que no nos casaríamos por nada del mundo, aunque algunos más vivos, definimos al matrimonio como una experiencia imperdible para un hambriento comensal, por lo que con agudeza le decimos al mundo, con voz aún tierna, que queremos contraer matrimino para poder comer bien y, quizá, tener la ropa bien limpia. Algunas señoritas, aún sin su periodo menstrual y con la infantil idea del amor bueno y sin complicaciones, se atreven a susurrar el nombre del chico que les gusta y no se sonrojan al hacer juegos sobre "con quién te casarías". Es su día, después de todo.

En los colegios mixtos es usual, al menos en mi vieja época de novel estudiante de primaria, que un niño y una niña compartan la misma carpeta. Compañeros elegidos por la profesora del salón, la pareja se forma involuntariamente a veces ante la protesta del chico, aunque por dentro, quizá agradezca a la bendita suerte: le tocó la chica que le gusta, la que tiene las mejillas bien rojitas luego de hacer educación física, la que siempre invita sus galletas en el recreo y la que, cuando participa en clase dando la respuesta correcta, él aplaude en su interior, sintiendo un calorcito en las manos y temblor en los muslos.


Los asientos, cómplices, juntaron en el destino a esos dos muchachos. Sea en el colegio, insitituto de idiomas o prisión mixta, estos lugares en donde apoyar el trasero bien proporcionan esa privacidad para el susurro, para las manos que, en secreto, se juntan sin que nadie más en la habitación las vea.


El banco más seguro del mundo
Con la evolución de los granos, aquella faceta en donde uno se vuelve consumidor de cremas para el acné, navajas de afeitar y revistas con contenido para adultos solitarios, arriba una nueva "era" que da paso a los primeros "verdaderos amores". Profecías de tierras felices sin persecusiones, historias de molinos psicópatas y sinfonías sublimes todas. En este mundo de agonía idílica, los salones de clase se intercambian por los parques y las manos que se juntan suavemente por debajo de las carpetas son ahora las lenguas pecadoras que se exhiben en las bancas.

"¡Váyanse a un parque!", certera expresión para esos labios enamorados que se quieren en plena vía pública o pasajes secretos. Los demás civiles, hartos del espectáculo, ordenan en tono molesto a la pareja de jóvenes que demuestren su amor en una banca de parque, lugar predilecto de los corazones unidos, pues representa siempre la intimidad de los abrazos largos de un sábado por la tarde o la reconciliación de un domingo de resurección. Àmense uno a otros, en una banca de parque.

Besos más, amores menos, las relaciones de aquellos quinceañeros en adelante -siempre los denominados jóvenes- se basan en esperanzas de compresión mutua y eterna fidelidad, no a los besos, sino al compañerismo que creen jamás se agotará. Lamentablemente, muchos de estos amores terminan con sufrimiento, acaso una necesidad del ser humano para sentirse vivo. Por ello, estas bancas donde se consuma y promete amor, termina siendo el lugar del crimen. Jamás es seguro tener al mismo compañero o compañera por siempre. Las bancas estrán siempre tibias, pues por más que el amor no sea seguro, de todas maneras habrá parejas que necesiten amarse con el poto sentado y las lenguas abrazadas.

Al fin, en los asientos existe la posbilidad de la soleda absoluta, imagen de un hombre o mujer sin más compañía que sus miedos o, para bien, sus ilusiones. Por otro lado, la compañía de la incertidumbre, del sublime y tierno amor. De cualquier forma, los asientos son aquel espacio íntimo en donde con un pedo o un beso sacamos lo peor y mejor de nosotros. Relacionarnos con nosotros mismos, conociendo los secretos de nuestros propios corazones.
En las salas de cine, en aquella cómplice oscuridad, los brazos de las butacas se desvanecen para convertir dos asientos en uno para dos.



sábado, 5 de septiembre de 2009

El Gigante de Arroyito



En ese mundo que llaman Europa se juega las mejores ligas de fútbol de mundo. "Galácticos" y"míticos", estrellas en Milán, potencia y velocidad en Inglaterra.

La Champions League, el distinguido torneo de clubes que reúne a los mejores futbolistas del planeta, no es sino la versión europea de la Copa Libertadores y demás competencias disputadas en terrenos lejanos al nuestro, en dode las estrellas de otros continentes combaten para ver quién es el mejor, aunque siempre a sabiendas de que los que dominan el deporte juegan en el Old Trafford, Camp Nou y demás escenarios del Viejo Continente.

Al llegar el Mundial de Fútbol, acaso la fiesta más salvaje y colorida que el hombre ha inventado, las potencias europeas despiertan favoritismos, no sólo en sus ciudadanos, sino en aquellos africanos, asiáticos y latinos entre los que no falta el hincha, loco él, capaz de apostar el riñón y un sencillos por esas figuritas que brillan más en su álbum del Mundial.

Todos esos monstruos del fútbol, naciones con jugadores de talento exorbitante - así como sus sueldos - e historia de grandes conquistas, se desmandan en admiración por dos países cuyos jugadores aportan una gran cuota de talento al fútbol de sus deslumbrantes competencias europeas. Así, sudan miedo y respiran respeto por estas dos selecciones de fútbol.

Argentina y Brasil representan lo mejor del fútbol, aunque habrá quienes digan que Holanda, con su ataque de temer; Inglaterra, con su genial volante; España, con su impecable juego; Francia, con su experiencia; Italia, con su pasión; Alemania, con su fuerza; son mejores equipos. Desde ya: ellos compiten en la Eurocopa, comparten un mismo continente en donde han entablado muchas batallas y aún con todo, Brasil y Argentina suponen los rivales que nadie desea enfentar pero todos desean vencer.
Aquí, en la tierra de césped humilde y entradas baratas, de pelotazos sin sentido y árbitros demasiado humanos, de estadios ubicados a más de tres mil metros de altura, nacen aquellas estrellas que, repartidas en Europa, se juntan para una vez cada cierto tiempo, determinar quién es el mejor. 22 jugadores que serán observados por el resto de mundo estarán jugando en nuestras narices. Somos sus colegas, sus rivales.

Hoy, dentro de algunas horas, se dará inicio a la máxima rivalidad en el fútbol. Para tildar este enfrentamiento de clásico no se necesitan guerras pasadas o problemas políticos, nisiquiera religiosos. El balón ha ido cambiando con el tiempo, el modelo de camisetas también, pero no la gran rivalidad de las dos selecciones más temidas de la Tierra. Argentina vs Brasil. La lucha que todos los amantes de este deporte anhelan ver. Hoy, en la cancha de Rosario, se verá quién de los dos es el más grande. El Gigante de Arroyito.