lunes, 14 de septiembre de 2009

ASIENTO PARA DOS


Ya sea para viajar -automóvil- o detenerse en alguna área de descanso -como un parque, por ejemplo- el ser humano ha interpretado su existencia como una vida llena de acompañantes, o al menos, el deseo de tener uno. Si, es más fácil para el orden viajero colocar una hileras de tres asientos en los aviones, o "asientos dobles" en los buses. Si bien estos espacios para viajeros suelen proporcionar encuentros no planedos con algún acompañante, obligando así a los usuarios a compartir el mismo espacio, los asientos proporcionan una intimidad, silenciosa o no, que los empuja a relacionarse.

Cosa de Niños
Muy pequeños, en el limbo que supone viajar en la movilidad escolar y las charlas de sexo finalizando la primaria, declaramos con fingida sinceridad que ninguna compañerita de clase nos gusta, que no nos casaríamos por nada del mundo, aunque algunos más vivos, definimos al matrimonio como una experiencia imperdible para un hambriento comensal, por lo que con agudeza le decimos al mundo, con voz aún tierna, que queremos contraer matrimino para poder comer bien y, quizá, tener la ropa bien limpia. Algunas señoritas, aún sin su periodo menstrual y con la infantil idea del amor bueno y sin complicaciones, se atreven a susurrar el nombre del chico que les gusta y no se sonrojan al hacer juegos sobre "con quién te casarías". Es su día, después de todo.

En los colegios mixtos es usual, al menos en mi vieja época de novel estudiante de primaria, que un niño y una niña compartan la misma carpeta. Compañeros elegidos por la profesora del salón, la pareja se forma involuntariamente a veces ante la protesta del chico, aunque por dentro, quizá agradezca a la bendita suerte: le tocó la chica que le gusta, la que tiene las mejillas bien rojitas luego de hacer educación física, la que siempre invita sus galletas en el recreo y la que, cuando participa en clase dando la respuesta correcta, él aplaude en su interior, sintiendo un calorcito en las manos y temblor en los muslos.


Los asientos, cómplices, juntaron en el destino a esos dos muchachos. Sea en el colegio, insitituto de idiomas o prisión mixta, estos lugares en donde apoyar el trasero bien proporcionan esa privacidad para el susurro, para las manos que, en secreto, se juntan sin que nadie más en la habitación las vea.


El banco más seguro del mundo
Con la evolución de los granos, aquella faceta en donde uno se vuelve consumidor de cremas para el acné, navajas de afeitar y revistas con contenido para adultos solitarios, arriba una nueva "era" que da paso a los primeros "verdaderos amores". Profecías de tierras felices sin persecusiones, historias de molinos psicópatas y sinfonías sublimes todas. En este mundo de agonía idílica, los salones de clase se intercambian por los parques y las manos que se juntan suavemente por debajo de las carpetas son ahora las lenguas pecadoras que se exhiben en las bancas.

"¡Váyanse a un parque!", certera expresión para esos labios enamorados que se quieren en plena vía pública o pasajes secretos. Los demás civiles, hartos del espectáculo, ordenan en tono molesto a la pareja de jóvenes que demuestren su amor en una banca de parque, lugar predilecto de los corazones unidos, pues representa siempre la intimidad de los abrazos largos de un sábado por la tarde o la reconciliación de un domingo de resurección. Àmense uno a otros, en una banca de parque.

Besos más, amores menos, las relaciones de aquellos quinceañeros en adelante -siempre los denominados jóvenes- se basan en esperanzas de compresión mutua y eterna fidelidad, no a los besos, sino al compañerismo que creen jamás se agotará. Lamentablemente, muchos de estos amores terminan con sufrimiento, acaso una necesidad del ser humano para sentirse vivo. Por ello, estas bancas donde se consuma y promete amor, termina siendo el lugar del crimen. Jamás es seguro tener al mismo compañero o compañera por siempre. Las bancas estrán siempre tibias, pues por más que el amor no sea seguro, de todas maneras habrá parejas que necesiten amarse con el poto sentado y las lenguas abrazadas.

Al fin, en los asientos existe la posbilidad de la soleda absoluta, imagen de un hombre o mujer sin más compañía que sus miedos o, para bien, sus ilusiones. Por otro lado, la compañía de la incertidumbre, del sublime y tierno amor. De cualquier forma, los asientos son aquel espacio íntimo en donde con un pedo o un beso sacamos lo peor y mejor de nosotros. Relacionarnos con nosotros mismos, conociendo los secretos de nuestros propios corazones.
En las salas de cine, en aquella cómplice oscuridad, los brazos de las butacas se desvanecen para convertir dos asientos en uno para dos.



4 comentarios:

MarianaVH dijo...

jajjaja sooocio que lindo! nunca había pensado asi de los asientos.Una vez un señor que iba mi lado se quedo dormido en mi hombro y me babeo!!!. Se que no viene al caso pero quería compartir la anecdota u_u
saludooos ya te sigo
la socia

Marito dijo...

Gracias socia por el cálido comentario. Pues sí, una rara -para variar- e incómoda experiencia la tuya. Gracias por compartirla. AH! que la apses genial en el concierto de L.Allen.

elperroviale dijo...

comparte tu asiento conmigo

Marito dijo...

Si gustas que comparta mi asiento contigo, presumo -a pedido tuyo- que deseas conocer mi mundo íntimo o, en su defecto, acercarte a él. Un avance es este: me gusta el chifa, el winning y no ir a clases. Sin embargo, esto ya lo conoces porque, valgan verdades, ya te has sentado a mi lado. (qué dulce sonó eso, ¿no?)