viernes, 18 de septiembre de 2009

Niños: pantalones arrugados, camisas sucias


De niño eres menos conciente sobre la limpieza de tu uniforme escolar. Mamá plancha el pantalón -quizás la noche anterior, quizás esa misma mañana de colegio- con desgano, sabiendo que es su tarea que te veas presentable para la miss Carmen y la Directora. Es lunes y no quiere que haya arruga alguna que perjudique tu imagen. Lo mismo con la camisa, blanca como en el mejor comercial de detergente.

Primer recreo, tus amigos se juntan debajo de una de las escaleras que desembocan en el patio. Hoy no tienes ganas de jugar fútbol, en tu equipo nadie marca ni se esfuerza y así se hace aburrido. Hoy, aburrida de los chismes o pasear del brazo de tu mejor amiga, te quedas con tus drugas cerca del salón. Niños y niñas se reúnen con sus respectivos grupos. Sentados, forman un círculo de juego perfecto. La bola de jax rebota en el pasillo frente al salón. Los niños, algo más serios, lanzan monedas unas contra otras. Son las primeras apuestas, con taps de 10 centavos o incluso 50.

Todo un recreo, los niños destruyen esa imagen engominada que tanto esfuerzo le costó a la madre. Sudor y risas, alegría y falta de verguenza. Los pantalones terminan sucios y arrugados; las trencitas desechas, los cabellos se rebelan; las camisas ya no huelen a colonia, sino al trajín del receso; pasadores desatados, zapatos y sucios, habrá que limpiarlos en la noche.
Los chicos van creciendo. Sus cuerpos y mentes van cambiando, madurando. Las chicas se vuelven más atractivas, ya no quieres repelerlas, sino encontrar esa pizca de perfume que las atraiga en la reunión del sábado en la casa de tu amiguito. Los chicos siguen siendo una raza incomprensiblemente torpe, e igual de incomprensible es ese calor que antes no existía y que ahora te perturba el estómago cuando bailas con el chico con el que te friegan tus amigas. La pichanguita en la pista, esquivando carros y con piedras como postes improvisdos -goles por debajo de la rodilla- se cambió por la batalla campal que te juegas en una cancha de losa, contra rivales de barba que te patean sin cesar -ni antonio...broma tonta de blogger aburrido-. Tus mejores amigas son ahora unas simples vecinas de carpeta, ya no tienes con ellas mucho en común y no hay razón para parar juntas como antes. Tus papás te gritan cada vez más, a la par que pasas menos tiempo haciendo tus tareas -probablemente no te gustan las matemáticas, pero ya te has dado cuenta que tu esfuerzo en los estudios es inversamente proporcional al griterío en casa- la cuenta de teléfono aumenta, así como tu edad. Aprendes a bailar, te miras más al espejo, tu colección de juguetes está guardada y sin uso, en fin, estás creciendo.

Los niños van extinguiendo sus almas. Casi desaparecidas, deambulan como un recuerdo de lo que fue. Historias de décadas pasadas. Las arrugas en el rostro senil que sonríe, añorando los mejores momento de su vida que ha pasado frente a sus nostálgicos ojos. Pantalones arrugados, camisas sucias. La vida, ese gigante patio de juegos, pareciera sólo ser usado por niños, los más inteligentes del mundo en darse cuenta del parque de diversiones que es la experiencia huamana. Los niños van desapareciendo, muriendo dentro nuestro o, si se quiere para mayor exactitud romática, están durmiendo dentro de nuestros corazones. Pero la niñez seguirá siempre, corriendo por la vida, formando el rompecabezas de nuestra historia, como aquel hermoso cliché: "los años maravillosos". Siempre habrá camisas sucias y pantalones arrugados.

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