jueves, 16 de diciembre de 2010

PRIMER ENAMORADO

Imagino la escena. Después de un aburrido lonche, con la tele prendida sabe Dios en qué canal, papá se dispone a ver cosas del trabajo en el computador, quizás marcar en rojo las deudas en cuadritos de Excel. Jugar solitario, intentando vencer el reto de las cartas mientras escucha algo de música bajada ilegalmente, como el resto del planeta. Su hija interrumpe la rutina. Fue enviada por un guiño de mamá quien, sabiendo lo que se venía, se puso a cruzar los dedos de los pies.

Laura no lo mira fijamente: su atención está en el monitor de la computadora, al igual que la de su papá. Finalmente se anima a balbucear, como forzada a contar un secreto. Su primer novio es dos años mayor que ella y el próximo año estudiará en la universidad la carrera de derecho, aboga Laura como si fuera la excusa de un crimen o la explicación de un jalado en conducta.

Su papá no pregunta mayor cosa y sigue jugando solitario. Dos de corazones y a punto de ganar. Su concentración, sin embargo, no está en los planos naipes que manipula a diestra y siniestra con el mouse. Su conciencia vislumbra sus años mozos cuando él mismo fue el villano de esa novela llamada "Papá, tengo mi primer enamorado". Piensa en el karma y en sicarios extranjeros, de trabajo silencio y apellidos impronunciables.

Confía en su hija. La adora y ahora, es oficial, otro hombre que no sea familia la adora también. Un sentimiento incómodo nace en él. Como si se tratase del aroma que emana la piel bronceada de un surfer, atlético pero vago, o las carcajas de un bufón de clase, de sentimientos nobles y afán por los videojuegos en vez de los libros. Sonríe. Esta vez podrá estar en la vereda del frente, la del suegro con un baúl lo suficientemente grande como para colocar el frígido cuerpo de un adolescente.

Pasarán los meses y, quien sabe, compartirá almuerzos con el susodicho y será testigo de cómo toma a su hija de la mano por debajo de la mesa, de cómo le dice "gracias" y "por favor" a los mozos y contará las veces que invita, sin chistar, su vaso de chicha a Laura. Ya acostumbrado a esos trotes quizás se tome algún pisquito con él en alguna reunión entre los primos y los tíos; rajarán del mal humor y poca paciencia de la chica -que ahora comparten- todos los domingos de fútbol y de cómo el arroz no le sale tan rico como el de la suegra.

Así pues, el rompecabezas del primer enamorado encajará. Laura es feliz y su papá también. Esta etapa, de esas que hay que quemar a fuego lento y controlado, con extinguidor al alcance de la mano, va saliendo lo mejor posible. Eso hasta la próxima conversación: "Papá, ya tuve mi primera vez".

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