viernes, 17 de abril de 2009

Desde el paradero


Cualquier noche, de pie en cualquier paradero. Los autos van y vienen, no como los minutos que solo avanzan en un sentido.
Es un cruce de avenidas, una encrucijada de sentidos y deseos de ir por donde uno desee o necesite. Angamos y Aviación. Un bus grande, de esos amarillos que permanecen en la retina de la Vía Expresa, busca cruzar desde Aviación hacia Angamos. El chofer hace malabares con los pedales y magia con el volante. El vehículo se detiene en medio de la proeza y el color rojo del amarillo oficial. Y así, la calle donde estoy parado y la posición de bus dibujamos un ángulo de 45 grados. Estoy en la base del triángulo imaginario.
Aunque era difícil verlos ahora resulta bastante obvio. Como un reflector sobre el escenario, o como una ploma blanca en esa guerra que es el tráfico. Dos jóvenes intercambian acaso un dulce beso que podría ser descrito por otros testigos como un rompecabezas de amor, en donde las piezas son los labios y las miradas. Van de pie dentro de bus. Si uno se fija bien están al centro mismo, como si fuera el centro de ese viaje que se llama vida. Me pregunto si terminarán juntos en el mismo paradero o si sólo por ahora comparten el mismo destino.
El bus va alejándose por la Angamos, mientras la Aviación se mantiene inmóvil, sin inquietarse. Los micros van y vienen, como el amor. Las ruedas de la vida se lo llevan por diferentes rumbos. Algunos viajes pueden ser aburridos, como para dormir la siesta en el asiento de atrás; otros, mas emocionantes, pueden ir a mil por hora aunque a veces hay baches en el camino; en ocasiones no llegamos a donde realmente queríamos, al menos no en una primera instancia y es que a veces el amor se queda sin gasolina.
Curioso ver el amor desde fuera de la combi, como un pasajero que espera por el micro de toda la vida. Con cansancio en los párpados de tantos viajes, espero esta vez no quedarme dormido porque a mí me gusta viajar en esta combi.

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